LAS MAIRENATAS
I
Palabras para el Libro de la Sabiduría.- Recuerda, hijo mío, que del primer animal del que tendrás que defenderte es del hombre, pues, como dijo Hobbes, "HOMO HOMINI LUPUS"... Y, por encima de todo, el peor enemigo contra el que tendrás que luchar eres tú mismo, fiera ésta de la que no siempre se sale victorioso, pues si eres blando con tus propias debilidades, tú mismo te cavarás la fosa. Toda vida exige disciplina, tensar los resortes de la inteligencia y de la voluntad.
II
Nuestra generación ha visto al hombre llegar a la luna. Escépticos en tantas cosas, hemos de ser crédulos en tantísimas otras que nuestra concepción del universo se tambalea vertiginosamente. La credulidad o la fe ciega del carbonero que antes reclamara para sí la religión la exige ahora la ciencia y sus hazañas. Pero es ésta una credulidad más llevadera e infinitamente más honesta: no engaña al hombre con paraísos imaginados o inasequibles por excesivamente remotos, sino que le hace tomar conciencia de sus límites... Nos sentimos pequeños en un cosmos que se agranda y nos muestra sus misterios. Es la hora de la modestia colectiva y del asombro. Y en ello hemos tenido precursores, como Don Antonio Machado. De ellos hemos aprendido a relativizarlo todo y hasta a reírnos de nuestra sombra.
III
Para una lección inicial del maestro: "Queridos míos, el conocimiento de la muerte es el germen de toda sabiduría, corno ya, proclamaban los sabios antiguos (los hebreos lo formularon de aquella fascinante manera: el temor de Dios es el comienzo de la sabiduría; y Dios, ¿a qué puede reducirse a fin de cuentas sino a un concepto abstracto que no hace sino esconder el temor del hombre ante la muerte, a una última frontera donde se agazapa su esperanza?). Todos hemos de morir, y quiero que esto no os sea motivo de amargura sino de reflexión, piedra de toque para que aprovechéis cada instante de vuestras vidas. ¿Qué se os aprovecha perder el tiempo en rencillas y en tristezas, cuando la esencia de la vida es alegría? Sabed, cuando contempléis una puesta de sol, que no siempre vais a tener ocasión de realizar algo tan hermoso. Pensad que están contadas las puestas de sol que habréis de ver, por lo que os exhorto a gozar de cada una de ellas en plenitud de sentimiento y de conciencia. Lo mismo puede aplicarse a cada acto de vuestra vida. Haced (cuanto tengáis que hacer) para la eternidad; pues vosotros, los autores de vuestra obra, sois efímeros hasta que no se demuestre lo contrario, mientras vuestra obra se extiende en el tiempo hasta hacerse eterna.
IV
Palabras para el libro de la Sabiduría (II).- "La mitad de la maldad es ignorancia y la otra mitad es tan perjudicial como el más ingenuo candor cuando se aplica a la destrucción. Piedra de escándalo es la inteligencia cuando ciega y extravía al que la ejercita, tan sombría como una fanega de locura cuando la jalea el viento del otoño."
V
El modo original de la literatura fue lo oral, el habla. Retornar a esos dorados principios se nos hace cada vez más difícil. Al menos podemos intentar acercarnos a ellos. Una poética de la sencillez vería como retórica absurda la frase engolada y rimbombante. ¿Acaso no es poesía despojar al lenguaje de hojarasca?
VI
La confusión entre verdad y utilidad es una de las principales lacras de la era tecnológico-instrumental que estamos viviendo. La vida activa hace del hombre un esclavo del objeto, mientras la vida contemplativa se relega a los escasos momentos de auténtico ocio de que disfrutan los agobiados cavernícolas del siglo XX.
VII
Si hubiésemos de nombrar catedrático de Blasfemia al mismo diablo, me temo que estaría demasiado ocupado como para pontificar todo tipo de académicas memeces desde cátedra de llama y púlpitos de humo. Si hubiese que dar al demonio carta de ciudadanía entre nosotros, habríamos de pensar mas bien en el Daimon griego, que inventó la filosofía. El demonio cristiano es criatura harapienta, tercermundista, infraalimentada desde Trento con las migajas de la divinidad; es motivo de compasión más que de cualquier otra cosa. Sujeto a la muerte de la cultura, vinculado en su sino al dinero, se ha devaluado hasta límites insospechados. Las razones del diablo para seguir siendo personajillo de supersticiones religiosas y bromas populares sólo los sordos las cogen al vuelo, porque son mas difíciles de atrapar que las moscas de la uva.
VIII
Un individuo capaz de dialogar consigo mismo a solas ("converso con el hombre que siempre va conmigo" decía don Antonio Machado) no tendrá que escuchar las habituales nimiedades y estupideces de sus semejantes, pero tendrá que tragarse él solo toda su locura, siempre acechante. Y, por si ello no fuera suficiente, deberá arriesgarse a desdoblamientos vertiginosos, perderá la certidumbre de ser "atomo" en el universo psicológico. Los auténticos individuos, de puro exigentes, aun de sí mismos acaban restando, hasta acabar en el puro hueso.
XI
Cuando el saber sea lo suficientemente inabarcable como para cruzarnos de brazos y no tomar un libro en las manos o tomarlo como una pura diversión intrascendente, estaremos justificados para entregarnos en brazos de la dulce y pérfida ignorancia. Entonces, el asombro ante la cultura del hombre supercivilizado sustituirá a la indiferencia del analfabeto; cambiará la actitud del hombre ante el saber, por más que este hombre asombrado sea, de hecho, un nuevo analfabeto perdido en el laberinto de las novedades tecnológicas y científicas.
X
Un ochenta por ciento de la cultura es vanidad. El otro quince por ciento es autoengaño y evasión. Sólo un cinco por ciento merece la pena y es la encarnación del futuro en el presente. La algarabía del mundo y del conocimiento sería insoportable si al final no reposásemos todos en la sordera acogedora y total, mal que le pese a nuestros afanes de inmortalidad. Porque el conocimiento en el hombre es realidad efímera, acorralada entre el olvido y la muerte. Sólo los jóvenes estáis en disposición de cosechar el amargo fruto del saber. Los ancianos intentan volverse lo suficientemente puros e ingenuos como para que la muerte no les pille de sorpresa; saben que para morir con dignidad tienen que ser niños de nuevo y que este viaje de retorno a la infancia es la empresa más difícil en la vida del hombre.
XI
La duda por la duda debe ser algo así como el arte por el arte, pero más consistente y divertido.
XII
Dudar de Dios es hacerlo de una tradición que se nos cae día a día de las manos a pedazos. Los hombres se obstinan en momificar las tradiciones y culturas del pasado y en hacerlas piezas de museo. ¿Dónde están los persas de darío o los etruscos? Están aquí, paseando entre nosotros. Pero, ¿quiénes tienen imaginación para adivinarlos? Las religiones también son perecederas. De sus demasiado bien alimentados cadáveres se alimentan los cuervos de las supersticiones, que a su vez son devorados por bestia fatal: la hiena de la inseguridad humana.
XIII
La existencia sería una cualidad imposible de atribuir a Dios, pues al ser ella nido y raíz de toda imperfección no podría ser aplicada al perfecto; por tanto, es infinitamente más sensato dejar a Dios reposar en su abstracto limbo de perfecciones inasequibles..., ya que no conocemos otra existencia que ésta imperfecta. Y con esto se le da fácilmente la vuelta al famoso argumento ontológico de San Anselmo, aunque un poco más de carcoma no añade ninguna novedad a un tronco carcomido por los siglos. A veces los teólogos se ponen a crear argumentos a cual más peregrino quizás por puro aburrimiento..., de lo que se deduce que deben tener mucho tiempo libre.
XIV
El pecado de la burguesía es el monetarismo. El becerro de oro les hará expiar todas sus culpas: no encontrarán ningún Moisés. Su individualismo les hará rechazar todo liderazgo. Se despeñarán como ovejas solitarias, cada una por su propio y personal barranco. Dejad que los lobos devoren a los lobos. Lo que hay de más repugnante en un burgués que se precie de serlo es la mala conciencia de sí mismo. La burguesía andante estima más al dinero que a sí misma, y así no puede hacerse valer, ya que por dinero vendería su alma al diablo, como Fausto. Por cierto, con el auge de las clases medias ¿hay alguno de nosotros que no tenga alma de pequeño burgués? Ninguno será capaz de tirar la primera piedra.
XV
¿Qué es un gentilhombre sino un burgués por linaje, sin que haya tenido jamás necesidad de encumbrarse? Napoleón fue un gentilhombre disfrazado de genuino sin serlo. La muerte iguala a burgueses, y gentilhombres. ¿Qué importa que sea más pomposo el entierro de estos últimos?
XVI
La mística es inasequible al hombre corriente, pero más por dispersión que por incapacidad. El imperio de lo superficial nos abruma. Ser místico puro no sería tan difícil.
Afortunadamente, a la inmensa mayoría de nosotros nos es más difícil ser mixtificadores, perdularios y farsantes. Estamos más cerca del bien que del mal, y si flotamos en una "aurea mediocritas" es más por comodidad que por otra cosa. Hay que poner al hombre en situación de incomodidad para que asome el héroe que todos llevamos dentro o que creemos, en el colmo de la ingenuidad o de la desfachatez, llevar. Descreer de Dios no significa necesariamente descreer del hombre y esto es así porque durante muchos siglos mientras el hombre no se acerque más a los misterios del universo, se vea más próximo al origen del cosmos, lo único que podrá vislumbrar del rostro de Dios le llegará a través de los demás hombres.
XVII
Desde que Freud nos reveló que Dios es la imagen del padre que en épocas prehistóricas fue sacrificado al hijo, este complejo de culpa colectivo se manifiesta hoy de particular manera: como el hombre ya ni siquiera se ama a sí mismo (prueba de ello la existencia del tercer mundo y de millones de seres humanos que mueren de hambre cada año mientras los animales domésticos tienen alimento de sobra en los países "desarrollados") ni siquiera tiene fuerza para amar a ese pálido reflejo de sí mismo al que en la Edad mítica llamó Dios. ¿Qué hay de científico en las teorías de Freud? ¿Existe una teología crítica que no sera mera filología descifradora de textos sagrados y lanzadora de hipótesis sobre cómo traducir determinado vocablo del arameo o del griego a las lenguas modernas de los descreídos habitantes del siglo XXI?
XVIII
La otredad machadiana es el Ubu Roi de la metafísica. Todos somos sólo patética otredad cuando nos contemplamos desde el abismo de la memoria como fantasmas en los recuerdos y en el pasado.
XIX
Hay dos clases de inteligencia: la de la hojarasca verborreica (pertinazmente cultivada por el petimetre de salón) y la del hombre que actúa ( héroe al modo de César, Alejandro, Napoleón,...). La segunda es, con mucho, la más peligrosa, aunque la mediocridad de la primera casi haya llevado a nuestra civilización a la nada.
XX
La tendencia al radicalismo es el pecado original del español moderno. Y sólo es posible contrarrestarlo con mucho "nous" y bastante "medén agán".
XXI
Nos pierde la nostalgia, pero es a la hora de restaurar valores efimeros y de hacer cultura-ficción.
XXII
A pesar de que, debido a la escasez de empleo, hoy se considere trabajar un privilegio, vista la cuestión desde la perspectiva de los que no trabajan, los miembros de las clases superiores, ocupados tan sólo en mantener y administrar sus privilegios (consistentes en dinero, valor de cambio, la inmensa mayoría de las veces heredado de su familia), el trabajo convierte en esclavos (mediante sutil y encubierto artificio que no deja entrever la verdadera relación entre los dominadores y los dominados, poniendo el dinero a modo de cortina de humo entre ellos) a aquellos que tienen que trabajar, y ello es así porque, como contraste, y de manera injusta (injusticia que el marxismo ha fracasado en corregir) existen otras personas que no trabajan y tienen, pese a todo, cubiertas todas sus necesidades y aún les sobra para todo tipo de lujos: los millonarios y los rentistas que han depositado sus grandes cifras de dinero en los bancos.
XXIII
Teniendo en cuenta que la política es la danza de los huevos hueros, lo mejor para un político sagaz sería llevar tanto tiempo la máscara puesta que el rostro llegase a ser una simple copia de la máscara, debajo de la cual no habría ya nada, el puro vacío mefistofélico. Esto sucede particularmente en el caso de los dictadores, que tienen mucho de personajes valleinclanescos o de carnaval.
XXIV
Bien definida, a la vista de las circunstancias actuales, y desde mi modesta y desengañada experiencia, la política sería el arte de ser inocentes a los ojos de los demás (aunque esa honradez e ingenuidad no fuese más que mera apariencia). Que el término democracia no se convierta en un cheque en blanco para los vagos, los arribistas y los corruptos. A los políticos habría que decirles aquello de que "quien no trabaje que no coma", que decía san Pablo. Y añadirles de propina que trabajar no consiste en especular con terrenos municipales y cobrar comisiones millonarias mientras se las ingenian en conseguir que los voten de nuevo por otros cuatro años para seguir siendo rentistas de la política.
XXV
Hegel era amigo de Hölderlin, cuya divina locura le hacía ver el mundo al derecho. Pero Hegel jamás consiguió verlo al revés, sólo ligeramente torcido.
XXVI
Mucho me temo que la amenidad tiene, cuando es exigida atendiendo a esa ley del mínimo esfuerzo que acorcha los cerebros, ciertos visos de demagogia. En cambio, la seriedad es un auténtico estímulo para la firme y voluntariosa curiosidad del sabio, por más que espante a los moscones y a los consumidores de fotonovelas y helados de tutti-fruti (hoy diríamos de programas de salsa rosa).
XXVII
La crítica, por definición, es improductiva, y no vale lo que un ochavo de creación, como un mendigo jamás podrá medir sus gestos desaliñados con los de un rey.
XXVIII
La inmensa mayoría de nosotros aprende por imitación. Sólo a unos pocos es dada otra posibilidad más aristocrática: aprender por invención, por creación. Los primeros siguen viviendo en un nivel elemental de inteligencia, próximos a los simios. Los segundos, en cambio, vuelan en las alturas del genio (sin olvidar que esto del genio es un concepto romántico un tanto desfasado). Son, como quiera que sea, los que están destinados a ir a la vanguardia de la especie: artistas, escritores, filósofos, científicos, inventores. Son la levadura que hace fermentar la masa. Entre todos, el carro del progreso sigue adelante, pero unos van encima, dejándose llevar y aprovechando el esfuerzo de otros, y otros a pie y empujando.
XXIX
Cuando un poeta toca la historia, la degrada y la transmuta no en oro filosofal sino en folletín (salvo honorables excepciones). Es natural. El afán de diseccionar pútridos abscesos sociales nos ahoga como una marea desde Flaubert. Es la torva herencia del realismo narrativo, que hoy se bate en retirada ante el acoso del cine y de las máquinas fotográficas. Una foto de un mendigo hindú a finales del siglo XX o comienzos del XXI tiene más de documento social que la mejor de las novelas de Zola.
XXX
Para evitar esa ironía que supone homenajear al soldado desconocido, incoherencia ritual típica de los estados militaristas, habría que empezar matando en las guerras sólo a gente con nombre y apellidos, o mejor aún, habría que empezar por declarar "non gratas" aquellas guerras en las que la gente tuviera la pésima educación de participar sin identificarse, como viene a ser lo habitual desde que el hombre es hombre. . . Mejor que todo ello, habría que decirle a ese hombre que inventa ceremonias para honrar a las víctimas de su propia estupidez: "Cernícalo, marinero de agua dulce[1], ¿tienes la desfachatez de homenajear el resultado de tu locura como un pirómano neroniano que entonara una loa al edificio o a la ciudad incendiada sólo por deleitarse con la belleza de las llamas?"
XXXI
Desde Sócrates todos llevamos a cuestas (como llevaba Simbad al viejo aquel del que no podía librarse nunca) un daimon; ahuyentarlo requiere astucia, ya que aprender a desconfiar de uno mismo, a indagar en nuestra sombra en busca de un fantasma, lleva toda la vida, y nunca se llega a aprender del todo (sin pretender poner en solfa la máxima bíblica, nos amamos demasiado a nosotros mismos como para que sea hacedero poner en fuga la más pequeña porción de nuestra individualidad).
XXXII
La necesidad de vivir se impone por sí misma. La de luchar se deduce de una perspectiva neodarvinista. La de gozar de la vida pacíficamente (que es la que está de moda ahora), de la ecologista. Pues bien, para más de uno que se toma lo de vivir más como una guerra que como un deporte no sólo le es difícil disfrutar a él de la vida, sino que se entregan en cuerpo y alma a hacerles la vida imposible a los demás. Como el perro del hortelano.
XXXIII
Toda ética placentera se fundamenta en las veleidades y arabescos de una estética. ¡Átenme ustedes esa mosca por el rabo!
XXXIV
Parménides, Zenón, y los griegos en general, obsesionados por el espíritu de la tragedia, que se alimenta de máscaras y de "anagnórisis" salpicadas aquí y allá, cuestionaron la identidad del ser; y en esa inseguridad (de la que nace la duda cartesiana) hemos vivido y viviremos.
XXXV
Ni tan siquiera el hombre: sólo el tiempo es el verdadero protagonista de toda poesía, sujeto ante el cual todo se nos muestra frágil, con el talón de Aquiles a flor de piel. Por mucho que cantemos a la primavera no olvidemos nunca que ese siniestro personaje de que se nutren las estaciones es un antihéroe. Si hace de la comedia en que todos estamos inmersos una "ópera bufa", no creo que sea como para echar las campanas al vuelo el observar cualquier cambio, salvo porque nos saque de la monotonía, ese laberinto donde el tiempo nos confina entre las brumas de lo cotidiano. El tiempo en el hombre hace ridículo todo lo que se pretende sublime. Envenena toda vivencia al hacernos saber de lo efímero de todo cuanto existe y de la amarga fugacidad de lo vivido. Su mayor delito es hacer del hombre un coleccionista de recuerdos. La dimensión infernal del tiempo surge de las sombras cuando consideramos la muerte como aquella puerta sobre la que se sitúa el "Lasciate Ogni Speranza" dantesco. Si postergamos el carácter inquietante de nuestra temporalidad y nos cocemos en nuestra propia salsa viviendo a fondo el presente, maduraremos, aunque la madurez también sea un proceso irreversible que se nos hará abrumador cuando sintamos la nostalgia de las ingenuidades juveniles. Evitemos mirar hacia atrás, como la mujer de Lot, para no convertirnos en momias salitrosas. O como Orfeo cuando pretendía salvar a Eurídice, que no era sino una velada metáfora de su alma. O como Psiquis, indagando la belleza de Eros a la luz del candil... , con la misma obsesión con que nosotros hurgamos en nuestros recuerdos. Por puro narcisismo cultural o vital.
XXXVI
Los pecados de juventud son deliciosos por cuanto muestran una creatividad que se va agotando con los años. Los de la madurez son amargos como el acíbar, porque al maduro ya no le queda tiempo para rectificar.
XXXVII
Regla de tres inexcusable para los que se inician en la literatura: el borrar sería, entre las virtudes capitales del poeta, la humildad.
XXXVIII
En contraste con la trascendencia de los problemas existenciales, el de la poesía aparece a nuestros ojos como una trivialidad. Como antes, ahora y siempre, la estética habrá de sufrir sobre sí el grave peso de la ética, sus asperezas y utilitarismos de asceta, sus sermones y componendas de preboste inquisitorial; en suma: sus estériles consejos de hermana mayor sabihonda y solterona.
XXXIX
Si Machado inmola al olvido toda la hojarasca de los recuerdos, es porque en lo más hondo de su ser desea experimentar el delirio de la creación poética, entendido como un renacer espiritual.. La gran nada, el naufragio del olvido es, sin embargo, fuente de contradicción aparente; ¿por qué desterrar el olvido si es nuestra única arma contra el paso del tiempo? La respuesta está en que Machado prefiere vivir en un presente efímero a hacerlo en un pasado del que sólo queda la ceniza o la viruta (con metáfora que le es predilecta). El presente es auténtico, es la vida, no es -corno el pasado- un sucedáneo de la vida. En el presente, pues, funda su alquimia poética.
XL
Definiciones contradictorias (en perpetua guerra heraclitana consigo mismas y con todos los conceptos habidos y por haber) y paradojas alimentan el ser del poeta cuando intenta escapar a la ceguera de la nada. Es como pretender aniquilar la noche con el brillo efímero de cuatro cohetes. Pero, ¿quién podrá sustraerse a estos frívolos festejos de la inteligencia?
XLI
El gusano HOMO en su agujero metafísico debe intentar su focalización en un tema para realizar su envoltura de seda, envoltura que no sólo le permite rnetamorfosearse en crisálida, sino que le sirve (ambiguamente) de sudario y lo introduce en lo eternidad.
XLII
Sembrar la duda, poner en cuestión los dogmas y enseñanzas tradicionales debería ser con mucho, la primera tarea de los educadores. Pues sólo así es posible abrir nuevos caminos, desechando los ya trillados e ineficaces, para hacer avanzar al hombre por la senda de los descubrimientos. Un hombre sin muletas, aunque caminase hacia el abismo (o hacia el oasis) va siempre más rapido y seguro de sí. La mística de la ciencia, la única a la que se ve abocado el hombre en estos tiempos, no exige (como lo ha hecho la religión durante siglos) sumisos adoradores y crédulos conformistas, sino que permanentemente se cuestiona todo dogma y relativiza las verdades a medias para hallar más amplias panorámicas por donde asomarse al cosmos.
XLIII
El criterio de utilidad no es sino una deformación romana, mercantilista o capitalista, del viejo criterio de la verdad por el que tanto se interesaron los griegos, criaturas en verdad contemplativas y teóricas. Hoy más que nunca se hace necesaria una síntesis de ambas culturas, para que no vayamos tambaleándonos de la ceguera romana a la inercia griega, síntesis que se parecería a la sincronización prodigiosa entre los dos hemisferios cerebrales de Leonardo da Vinci.
XLIV
Imperativos estéticos de Machado: a) Rehuir el preciosismo; b) Eludir la barbarie casticista. Por eso nuestro don Antonio era casi mitad monje y mitad soldado. Es decir: mitad filósofo y mitad poeta. No está de más utilizar la Razón filosófica para echar el freno al inquieto caballo de la Poesía lírica...
XLV
Carecemos de una filosofía de la cultura hispánica en toda regla. Sólo tenemos meros atisbos e intuiciones, reflejos leves de una realidad más honda. Menéndez Pelayo fue tildado de reaccionario sin serlo por unos cuantos incultos que ni siquiera leyeron su Historia de los heterodoxos españoles. Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz quisieron convertir, con su polémica sobre el peso de la cultura judía o árabe en el ser de España, en un corral de gallos la modernidad. Ortega enunció una españolidad que pretendía europea. Y su discípulo, Julián Marías, ejemplo de tolerancia donde los haya, también fue entregado a la suspicacia de los ignorantes y rancios progres del Mayo del 68. Así nos luce el pelo.
XLVI
El pensamiento, que es la matriz del error, diversifica la vida, y los errores que de él brotan tienen al menos la rara virtud de individualizarnos, de otorgar la personalidad a los ansiosos de perfección y de homogeneidad.
XLVII
El hombre, al creer ciegamente en la razón y en el progreso, hace de ellos un absoluto, los muda en utopía, motor de la historia. Pero toda utopía tiene su precio. El que nuestra moderna cultura ha pagado en riesgo atómico, contaminación, ..., etc., demuestra que las utopías son efímeras, y que incluso el mito del progreso es una espada de Damocles cuando el hombre va (empujado por esos entusiasmos) más allá de sus limites racionales.
XLVIII
Criticar al país y sus instituciones es un derecho y, sobre todo, una clara virtud para un auténtico español, siempre que la crítica sea constructiva. Especialmente en una época democrática en que aparentemente hay libertad de expresión, pero en la que en el fondo los intelectuales tienen miedo por las represalias de los poderosos y muchos de ellos optan por arrimarse al sol que más calienta, para obtener todo tipo de prebendas y subvenciones. Así acaban siendo la voz de su amo.
XLIX
La desmitificación de la oniroscopia poética (de Machado es característico este tipo de operaciones) desencantaría a más de un surrealista, pero responde a ese ideal de naturalidad y sinceridad tan propio de Don Antonio. La escritura automática de Bretón, además de ser trivial artificio, es red agujereada para pescar poesía.
L
Buceando en las diferencias, el hombre se encuentra a sí mismo, se siente como esencialmente distinto a lo exterior y se hace identidad. Así, el pensador o contemplador se percibe como existente.
LI
Tan difícil es demostrar que Dios existe como que no existe. Es una cuestión que está más allá del hombre y que tiene como fondo metafísico la única cuestión que preocupa de verdad al hombre: el origen y el misterio del Universo. ¿Qué importa cómo llamemos al misterio (Dios, Absoluto, etc.), nosotros, pobres hormigas en la inmensidad del Cosmos? Los modernos instrumentos de observación cosmológica hacen del hombre un humilde y asombrado contemplador de inmensidades; y no es que el hombre se haga más pequeño, sino que siente la llamada de lo infinito y su corazón se agranda. Para creer en algo hace falta tanta humildad como para descreer de ello. Y me temo que el hombre moderno, con su soberbia, es un mal creyente y un pésimo escéptico.
LII
El poeta flota en una "transrealidad" (con palabra que Machado tacharía de pedante, pero efectiva conceptualmente).
LIII
Las ideas no serían otra cosa que tensiones energéticas de los organismos racionales vivos hacia la estructura cerrada. La tensión hacia la idea permite cumplir al ser inteligente su programa de búsqueda de la perfección. El hombre es un eterno buscador de atajos hacia las realidades superiores. La utopía, como motor de la historia, pone al hombre en camino de autorrealización. No hagamos del hombre un mero animal superior como quieren algunos simples que aplican esquemas neodarvinistas a todo proceso histórico. Si el hombre fuera un simple animal seríamos más respetuosos unos con otros y nos regiríamos por un equilibrio mayor que el que mantenemos entre nosotros. Porque los animales se caracterizan por rendir tributo a las jerarquías que se establecen entre ellos. Y nosotros tenemos como principal deporte el abolir toda jerarquía. Aristóteles dijo que somos animales políticos. Podría añadirse que somos animales rebeldes, lo que es bueno para unas cosas y malo para otras. ¿Cómo se puede mantener y sustentar la cultura entre especímenes que no dejan títere con cabeza?
LIV
Uno de los motivos por los que a pesar de su populismo Machado no llegó a ser marxista en el sentido estricto del término: no supo ver que la nostalgia del tiempo (que tanto le obsesionaba) es un obstáculo para el "paradise now". Esta melancolía de las horas y de los años, algo tan irresistiblemente burgués, prendió en Don Antonio con tanta fuerza como en Proust.
LV
Vivir es desaprender hacia la muerte, que es perfecta ignorancia, lo que alguna vez nos enseñaron.
LVI
También en la humana estulticia (y esto es verdad a medias que bien pudiese ser una de esas tonterías del vulgo de que habla Machado) hay grados y categorías. Y los que están arriba se consuelan haciéndose incomprensibles (mediante triviales sutilezas) a los que están abajo, tontos estos últimos de capirote, o de una tontería más rematada.
LVII
La paradoja es la alta mar de aquellos poetas asfixiados por la rutina y la trivialidad. El escapismo paradójico no es algo de ahora, se remonta a Quevedo, los presocráticos (el divino Heráclito...), el balbuceo del hombre prehistórico. Los paradójicos de cuerpo entero son grandes desengañados, como niños enrabietados que toman la palabra poética, la zarandean y acaban estrellándola contra el pavimento de los sueños para lograr una explosión de colores, un arcoiris onírico, fugaz, pirotecnia sutil del ingenio.
LVIII
Si la excelencia fuese cosa de invención, ¡cuántos no se habrían hecho a sí mismos grandes de España! El hambre de la propia importancia aguza el ingenio.
LIX
El hombre es un animal que avanza de atolladero en atolladero, buscando la suma libertad, que es pura utopía.
LX
Sólo el que se ha tomado el trabajo de reírse alguna vez de sí mismo puede tomarse en serio lo de reírse de los otros. El que esté limpio de pecado, que tire la primera piedra.
LXI
Se habla mucho de derechos humanos, pero a menudo se olvida que es el derecho a discrepar lo que nos hace hombres. Y mucho me temo que este derecho no se ejerce todavía lo suficiente: hay demasiados sumisos en este purgatorio.
LXII
En una época de nihilismo hay que alzar las grandes luminarias para que el hombre no se convierta en un animal desahuciado que es llevado sombríamente al matadero. Y hay que decir muy alto que las ideas, cuando son verdaderas, son fundamento de progreso, promueven el bienestar colectivo. No todas las opiniones tienen el mismo valor. No confundamos la libertad de expresión con la creencia de estar en posesión de la verdad sólo porque en un país civilizado lo normal es no cortarle la cabeza al que dice una sandez. No hay que confundir el culo con las témporas, que diría nuestro travieso Camilo José Cela.
LXIII
El hombre actual tiende a la superficialidad, se diluye en la lectura de periódicos y en las trivialidades televisivas. No le queda tiempo para pensar ni para conocerse a sí mismo (en frase socrática). ¿Será porque no tenemos curiosidad, porque nos tenemos miedo a nosotros mismos o debido a que las noticias de actualidad nos hipnotizan o se deberá a una mezcolanza ingenua de estas tres razones?
LXIV
La fama es algo secundario y falso que puede hacernos perder la originalidad. Ser esclavo de una imagen prefabricada es lo peor que le puede suceder a un "famoso".
LXV
Los políticos que utilizan señuelos demagógicos para captar votos en las clases más bajas y derrochan los recursos del Estado para asegurarse la benevolencia de sus clientes en futuras votaciones suelen a veces emplear discursos moralizantes en los que hablan de austeridad y nos recuerdan al padre despilfarrador que riñe a la esposa o a los hijos porque se dejan la lámpara del salón encendida toda la noche.
LXVI
Todos los poetas y filósofos hablan solos. Y esto no es cosa de locos, sino que pertenece a la muy reprimida función expresiva del lenguaje. Bastantes mordazas les ponen los demás como para que encima se les exija la autocensura. Además, el poeta tendrá que hacer confidencias al único que de verdad lo entiende, que es él mismo. Por desgracia hay quien pretende negarles esta válvula de escape, la única que puede salvarles de naufragar en la más ciega y genuina locura.
LXVII
Alimentarse de los vicios, errores y defectos ajenos es, por desgracia, un deporte alocado que mantiene jóvenes a algunos. ¡Qué pocos pueden permitirse la originalidad y el privilegio de ceder a sus propios errores! Son los únicos que (pagando el inexcusable precio del error) evolucionan.
LXVIII
Machado es, donde los haya, un poeta de la duda, como su filósofo fue Descartes. El conceptismo simetrizante de Machado es producto de someter la paradoja a la retícula de la razón.
LXIX
Lo que de más valioso tiene el futuro es ser una fortaleza inexpugnable, el corazón del misterio. Es fácil ver el futuro remoto como la perfecta encarnación de lo incognoscible: su cualidad de "virginal" nos purifica del hastío que producen en nuestra mente científica los devaneos de los adivinos, profetas de barraca y futurólogos de salón.
LXX
La angustia de toda contemplación en los espejos proviene de saber que el objeto reflejado (el hombre) es efímero tanto como lo puedan ser los propios espejos. !Puro chisporroteo, inacabable fuego de artificio, la conciencia nos vela el abismo del ser! Nos diluimos en la percepción de lo otro hasta olvidarnos de nosotros mismos, de la muerte, único problema, la sola enfermedad del animal hombre. La curiosidad intelectual sería sólo un mero paliativo de esta espera interminable, la de la muerte. Creedme, el tiempo es nuestra única enfermedad.
LXXI
Definición de profesor: individuo que tiene la curiosa (!) manía de coleccionar libros que no tiene tiempo de leer nunca. No es sólo un bibliófilo, sino también un bibliófago. En los casos agudos y furibundos puede que incluso un bibliómano. Si los libros le hacen apartarse totalmente de la realidad, aislarse o evadirse por sistema, tenemos entonces un bibliofrénico.
LXXII
La personalidad de cada individuo, entendida como capacidad innata de discrepar, es la fuente de todo malentendido. Y si fuéramos más originales de lo que somos (lo cual es ciertamente difícil a la vista de la abigarrada diversidad que exhibe la especie humana, pero una diversidad que se repite siguiendo pautas perfectamente regulares), ¡qué duda cabe de que habría más malentendidos! Pero es terrible estar inmersos en esta claridad insulsa del conformismo y de la inercia intelectual. Y qué pocos se esfuerzan para escapar de este laberinto de trivialidades con que se nos alimenta de verdades oficiales que no son verdades un día sí y otro también.
LXXIII
En el jardín del Edén sólo hay sitio para Adán y Eva. Hasta la misma prole tiene que abrirse paso a codazos cuando la pareja es lo suficientemente inmadura como para poner en peligro el proyecto existencial de sus descendientes. Para la serpiente, que es heterodoxia ante el conformismo burgués, no hay lugar... Es vilmente pisoteada por el entusiasmo erótico de los descubridores del amor.
LXXIV
Es imposible amar a los que nos rodean sin amar a la humanidad entera, pues todos somos pasajeros, hermanos en la muerte. Y en verdad no hay nada que hermane más a los "homini viatores" que la propia muerte. La fraternidad que tanto predican las religiones y las filantropías de diverso signo se nutre de esta callada y fecunda verdad. ¿Acaso no es divertido imaginar que si fuéramos inmortales estaríamos en guerra todo el santo día unos contra otros? Así al menos, nos lo pensamos un poco (aunque no demasiado, a la vista del panorama bélico del extinto siglo XX y las persistencias en la belicosidad del agitado comienzo del XXI).
LXXV
Lo que enriquece a la humanidad es la diversidad de dioses, por más que haya inquisidores que se dediquen a la caza de herejes. Como contrapartida, la diversidad de inquisidores nos empobrece tanto que nos hace desconfiados. HOMO HOMINI LUPUS.
LXXVI
Es frecuente observar que los que lavan la cara a la realidad para conservar intacto el meollo (el "statu quo") suelen ser politicastros de tres al cuarto. Escasísimos suelen ser los originales que, como Gandhi y algunos otros, proponen un cambio radical en la experiencia humana hasta llegar a la esencia del hombre armónico, que es una honda paz. Pero no la paz de los sepulcros, no el cambiar las cosas para que todo siga igual, como sostenía el personaje del Gatopardo de Lampedusa.
LXXVII
En lo más hondo de nosotros, el derecho a discrepar nos defiende de todo proselitismo y sectarismo dogmático. Por eso, el primer deber de un intolerante es cuestionar dicho derecho hasta aniquilar no sólo el derecho sino, si fuera posible, también a la persona que sostiene tan nefasto y amenazador derecho para la estabilidad de las conciencias...
LXXVIII
Todo diario íntimo tiene destino de mujer pública. Es una víctima propiciatoria en la hoguera de la curiosidad ajena.
LXXIX
La sinceridad para con uno mismo tiene un inconveniente, y es que muchos deben postergar el exhibir su acariciada y mimada máscara, que oculta su carencia de un rostro propio. Debajo del rostro de carne tenemos la máscara de hueso y detrás de ella la nada, la vengadora de todas las frívolas trivialidades del hombre. A los humanos se nos hace tan difícil ir por el mundo a cara descubierta como a un hoplita homérico ir a la guerra sin escudo (que me corrijan los profesores de griego si en mi pobre ignorancia he errado en lo de situar a los hoplitas en la era homérica, pero mi vida es muy corta para pretender saberlo todo...).
LXXX
Funcionar a partir de creencias o de valores subjetivos hace del hombre un relativista convencido a largo plazo (tiempo que depende del periodo que tarde en desengañarse de cada una de sus elecciones); del relativismo inteligente al nihilismo desencantado hay sólo un paso. Pero también el nihilismo hastía. Y cuántos ateos no se han despertado creyentes.
LXXXI
Poesía pura y existencialismo, ¿qué son sino vetas del neoclasicismo y romanticismo (respectivamente) en el siglo XX?
LXXXII
Sin ánimo de angustiar a nadie la palabra muerte es un puro eufemismo que designa algo bastante más terrible de lo que imaginar podamos nunca. Sólo imaginar que desaparecemos para siempre hace palidecer y sentir escalofríos a nuestro hinchado ego. ¡Qué ignominia! ¡Con lo que nos ha costado construirnos una biografía medio decente con la que fingir delante de nuestro vecino que somos criaturas respetables!
LXXXIII
Los educadores somos los sacerdotes de la religión de la humanidad. Revivimos los viejos mitos e inculcamos a nuestros alumnos el fervor hacia el hombre (noble), hacia todos los grandes especímenes que cada cultura y cada época ha producido. Necrofilia institucionalizada, a fin de cuentas, pero que se ceba en ¡qué magníficos cadáveres! Cuando seamos sustituidos por máquinas programadas y nuestro papel directivo sea desempeñado por un director de programas, estaremos en los umbrales de una nueva religión: la religión de las máquinas, y de la que nadie puede garantizar o intuir los resultados.
LXXXIV
No hemos de inmolar al hombre a ídolos estáticos. El único altar en que merecemos ser inmolados y que nos diviniza, es aquel que trasciende las épocas: el de la creación.
LXXXV
Nuestros santos son los mejores hombres que han pisado la tierra: Platón, Dante, Shakespeare, Cervantes,... Nuestra fe es suscitar nuevos genios. Pero la religión del arte también tienen sus mártires, como Van Gogh. Y sus inquisidores y censores. Los mediocres harían bien en no estorbar el trabajo de los que justifican su existencia (la de los mediocres y la de los brillantes) dejándose la piel en el empeño, antes de ser desollados por los convencionalismos y las memeces de los impertinentes.
LXXXVI
No se puede pedir al hombre que labore sólo para alcanzar un mísero sustento. Lo único cierto es que cuando esta imprevisible criatura se libera de sus obligaciones inmediatas, de sus necesidades primordiales e insoslayables (alimento, casa, vestido, sueño,...) surgen en él otras necesidades no menos importantes. El hombre - y esto es lo irrisorio y desconcertante - es el único animal perdido en el desierto del tiempo y fascinado por espejismos de eternidad. Si le faltara esta dimensión, por más que tuviese cubiertas esas necesidades tan sumamente respetables y que nos hacen primos hermanos de las bestias, se aburriría como un náufrago atrapado en un laberinto de espejos. Necesita, además esa pretensión tan efímera y ridícula, ese intento que dura lo que su corta vida: la ilusión, la esperanza o el deseo de ser eterno, o al menos de serlo por un tiempo en la mente de los demás hombres. Y en verdad que no hay nada mejor en el hombre, por paradójico que pueda parecer que esa pequeña parcela rebelde de su corazón, que no colonizaron ni la rutina, ni la inercia, ni los bostezos ni los arrequives de la grisalla existencial. Las mejores obras del hombre han tenido su primer impulso en esa materia indómita, en ese fragmento de selva virgen a cubierto de las añagazas y trampantojos de la muerte. Haced balance, hermanos, de qué es lo que quedará de vuestra vida después de que los años os entierren en ruinas y recuerdos. En el debe estarán todas las horas perdidas en actividades triviales, insulsas, sin brillo, entre las que se deben incluir (por muy necesarias que hayan sido) las dedicadas a satisfacer vuestro sustrato animal, las elementales necesidades fisiológicas, la tiranía del cuerpo, el tiempo dedicado a ganar el sustento cuando se sacrifica en las aras de un trabajo monótono y sin estímulos; en el haber, limpios de polvo y paja, los escasos minutos en que hayáis sido creativos, en que por un instante habrá brillado en vosotros el fuego divino de la inspiración, el calor (que despertaría a un muerto) del genio, la gracia de una juventud que se perpetúa en la energía inagotable que se niega a morir. Y alguno pensará: ¿para esto merecía la pena haber vivido? Sí, es cierto, la duda anegará más de un corazón solitario. Hasta que sintáis que la empresa de la vida consiste en ensanchar ese espacio de la creación, hasta hacer que la balanza se incline del lado de la originalidad del individuo. Quizá no exista otro secreto. Quizá la vida nos haya susurrado al oído desde el primer día esa frase que muchos no habrán oído aún en esa sociedad de masas (y masas tantas veces sordas por la publicidad y las consignas ideológicas): SED INDIVIDUOS POR ENCIMA DE TODO. Ya los griegos nos dejaron ese legado: el individualismo. Nuestra cultura occidental debe preservarlo por encima de todo, por más que los demagogos se empeñen en proclamar que el individualismo es egoísta y fomenta la insolidaridad social. Una auténtica democracia no podrá construirse jamás sin enseñar a todos a respetar lo que de más sagrado y genuino hay en los individuos: su personalidad, su visión del mundo, su proyecto vital, su propia originalidad (con la que se nace y se muere, a la que a duras penas a veces se soporta -pensemos en Van Gogh o en Kafka- y que se agota con el individuo que la encarna).
LXXXVII
La música posiblemente tuvo un origen rítmico y sólo más tarde se desarrolló la melodía. El ritmo es, dentro del conjunto de elementos que constituyen el fenómeno musical, el rasgo más antiguo, una característica que se puede relacionar con la prehistoria. Todavía hoy en aquellas culturas tercermundistas el predominio del ritmo en la música es absoluto. La invasión de las músicas rítmicas (discotequeras sobre todo) da idea de la barbarie en que está cayendo la civilización. La ópera, por el contrario, heredera del melodismo griego, es una música... infinitamente más refinada y sensible, para oídos no embrutecidos por el rock.
LXXXVIII
Tantas veces encontramos pedantería en los sabios como gusanos en las manzanas aparentemente frescas. Un sabio pedante es como una manzana medio podrida por los pensamientos de autosuficiencia y de inflación del ego en el mercado de la inteligencia.
LXXXIX
El error es la materia en que toda creación se amasa, pues a partir de las medias verdades lucen esas medias mentiras que son aderezo de toda obra maestra.
XC
En los alumnos tiene el profesor su espejo deformante, su ámbito caricaturesco. Y es forzoso recordar los esperpentos de Valle-Inclán. Tantas veces se ha observado que los alumnos repiten y amplifican hasta la náusea los propios errores o lapsus en que pueda incurrir el docente que para el que se ocupa en la docencia todo se troca en una farsa. Para caer de lo sublime al abismo de lo grotesco no hay más que tomar nota de los ecos del alumnado a las frases abstractas y pomposas del profesor, buen escarmiento para profesores tradicionales y fatuos, poseídos de sí mismos, aficionados a la lección magistral y a la enseñanza memorística y repetitiva. Entonemos cada uno nuestro "mea culpa".
XCI
La realidad, tal como se vislumbra a través de los alumnos, es infinitamente más precaria y caótica, es una bajada a los infiernos del conocimiento que sólo puede producir desconcierto, risa o en el peor de los casos un profundo malestar anímico. Y sin embargo, este es el pan nuestro de cada día de los profesores. Según sea la inteligencia y la capacidad del alumno (y suponiendo siempre que se toma interés por lo que se le quiera enseñar, lo cual es, por desgracia, mucho suponer), obtendremos grados de mayor o menor acercamiento a la realidad del profesor (la única con la que cuentan de momento, según su mayor o menor grado de alienación cultural). Y ni siquiera esa realidad "profesoral" puede garantizarles una total humanización, ya que el hombre es criatura aplastada y deformada por circunstancias azarosas que escapan a su dominio (accidentes, catástrofes, siniestras casualidades que gravitan sobre la sustancia de nuestra vida...).
XCII
Es imposible escapar a la dimensión excremencial: el tiempo. Todo lo que existe en el tiempo funciona por acumulación. El hombre mismo (como la cultura) no es sino un conjunto de residuos que pugna por decantarse en una dimensión de permanencia sin lograr escapar jamás a lo excremencial, simbolizado en el dinero y en el afán acaparador. Somos usureros de tiempo porque creemos en la vieja equivalencia: TIEMPO = DINERO. Pero el oro de los alquimistas se transforma en vil carroña, en mierda, como los edificios se transforman en ruinas y los cuerpos gloriosos en osamentas. Y entonces nada tiene sentido y no hay uno solo de los que en este mundo habitan que encuentre el porqué del nacimiento o de la muerte, y nos limitamos a representar nuestros papeles como títeres pasivos, deambulantes inercias que aceptan no ser otra cosa que procesos que se orientan siempre, a pesar suyo, hacia la inmovilidad. Pretendemos acumular valores y lo único verdadero es que disipamos nuestra energía, que no en otra cosa consiste la vida: en un QUANTUM de energía limitado, acosado por toda clase de vampiros cósmicos. Llevamos la muerte a cuestas sin verla. Somos muertos vivientes. Y en nuestro sueño demencial, a través de nuestras posesiones, nuestras obras intelectuales o nuestros hijos y descendientes creemos que participaremos de algún tipo de supervivencia. Estamos empeñados en salir como sea del laberinto de nuestra caducidad, pero fuera del laberinto sólo existe la nada, lo informe, por más que pensemos que allí se halla la eternidad. Somos animales aficionados a esa droga del autoengaño. Fácilmente el escritor se muda en acumulador existencial de ocurrencias.
XCIII
En lo esencial, la estupidez humana reside en una trampa metafísica contra la que el Homo Nesciente se estrella siempre. Aspiramos permanentemente a ser mejores de lo que somos, a trascender nuestra naturaleza limitada. Pero esta aspiración es ilusoria, ya que nada cambia si no es el progreso. La tecnología no salva al hombre, sólo aplaza su muerte. Es el cancerbero con que el hombre de hoy se impide traspasar el umbral de la nada. Pero es un guardián peligroso. Y bien pudiera ser que si el hombre actual no tuviese cuidado con su can éste le propinara algún venenoso mordisco con que incubase la hidrofobia nihilista. Porque la tecnología, territorio frontero con la inmensidad del cosmos, está enferma de relativismo, como lo están todas las cosas humanas, y así, ¿qué se le dan a las inmensidades cósmicas y a la infinidad de los mundos sucediéndose en el vértigo de lo inabarcable, que algún humano descubra un nueva vacuna o que invente la televisión en color o el disco compacto? Los ecos de la locura del hombre llegan hasta el hombre mismo; sus juguetes, pese a su complicación, no redimen al Mono Necio. Estamos atentos al último hallazgo tecnológico como el chucho que espera la llegada de su amo y menea el rabo en la puerta de su casa. Cuando estamos en el vientre de nuestra madre tenemos una fijación que nos da vida pero que alimenta nuestra debilidad. Cuando nacemos y poseemos movilidad tenemos otra fijación peor: la fijación de la realidad; debemos atenernos a lo real y aceptarlo tal como es; sólo muy lentamente podemos cambiar lo real y nos cuesta milenios. Temamos a lo que no cambia jamás, a ese cordón umbilical del que no nos liberaremos nunca: el cuerpo. Y mientras estemos vivos reverenciemos a este dios cruel que nos exige los más rotundos e inevitables sacrificios, y que nos sume periódicamente en ese morir cotidiano del sueño.
XCIV
En lo tocante a trascendencias, lo primero que habría de averiguarse es si es necesaria, aún más: imprescindible, la religión al hombre. Suponiendo que se llegase a una respuesta afirmativa, lo que parece posible si nos atenemos al desarrollo cultural de la humanidad y a la presencia constante de los ritos, ceremonias, mitologías, etc., y al hecho de que la religiosidad parece ser una faceta de la dimensión social del hombre, entonces se impone, acto seguido, dilucidar si la religión auténticamente salvadora para el hombre sería una religión inmanente (en que no habría otro dios que el hombre mismo) o trascendente (en que se correría el riesgo de la alienación).
De entrada, y si hemos de ser verdaderos en cada una de nuestras ideas, me muestro partidario de una religión inmanente, de una religión del hombre y para el hombre, por más que no me incline a divinizar al hombre, criatura que tiene mucho de ridícula y de indefensa ante el abrumador espectáculo del cosmos. Cuando hablo de religión del hombre, me refiero a la posibilidad de construir una religión para el presente liberada de toda teleología o finalismo ultraterreno. Una religión en que el hombre pueda amar a sus semejantes sin ulteriores metas y que tenga como fin el amor mismo sin ningún otro tipo de gratificación. Esta religión, si fuese posible instaurarla en nuestro devastado planeta, tendría un efecto salutífero y vivificador sobre la civilización y la especie humanas. Pero para implantarla habría antes que dejar libre el camino a la verdad del hombre, y sin echar por la borda milenios de tradición cultural, habría que investigar cuál es el mundo interior, el universo simbólico de la criatura humana, comprobar una y otra vez cuáles son sus principales obsesiones y arquetipos y, sobre esta tarea previa, trazar caminos que liberen al hombre y le permitan alcanzar su plenitud tanto como individuo como en un sentido colectivo.
Pero esto podrán hacerlo los sociólogos y antropólogos del futuro; aún no estamos preparados para ello, ya que previamente debe existir la conciencia común de que el único "dios" que puede salvar al hombre es él mismo, siempre que -paradójicamente- evite el escollo de la autodivinización. Somos humanos, demasiado humanos...
XCV
La única posibilidad que tiene el hombre de ser feliz en un universo misterioso y contradictorio es reconocer que sus ansias de eternidad son ilusorias, y, en consecuencia, sobre esta humildad, construir una vida que debe resignarse a considerar tan sólo como paraíso esa sucesión intermitente de instantes en que sienta el amor como la única fuerza que le mueve a ser.
XCVI
Todos los hombres somos contempladores irredentos y desengañados de nuestra propia decadencia. Empezar a vivir después del nacimiento es comenzar a hacer concesiones. La infancia es una lenta, paulatina, claudicación a la nada, a la sordidez del adulto, que va ganando terreno imperceptiblemente. El frescor y la ingenuidad vital, el candor y la espontaneidad, van cediendo a los razonamientos abstractos e inútiles, a la aparición de una lógica utilitaria que nos habrá de enterrar año tras año. El adulto que llevamos dentro se destaca por su asombro y temor ante aquellos rasgos que van anunciando implacablemente la transición hacia la vejez. Sólo porque estos pasos son etapas tan dilatadas en el tiempo podemos soportarlos. El hombre que somos es el espectador inconsciente de su propia muerte en cinco actos y lo que llamamos vida no es sino una tregua en el sucederse de los instantes, una batalla perdida que nos empeñamos en imaginar perpetuamente aplazada. El circo de la agonía lo paseamos por cada recuerdo, lo exhibimos a los otros en cada una de nuestras debilidades, necesitarnos plañideras cómplices en cada uno de los que nos rodean.
Y así no acabamos de nacer, somos criaturas esencialmente inmaduras que no afrontan jamás que el tiempo, la materia de que estamos hechos a fin de cuentas, es el disolvente universal que a todos nos configura y a todos nos acaba. ¡Esta es la alquimia de los siglos! ¡Este es el teatro donde se representa la derrota de nuestros sueños! Como decía bien Quevedo, "no hallé cosa en que poner los ojos que no fuera recuerdo de la muerte". Vivimos en la modernidad un nuevo Barroco de desengaño y existencialismos decadentes y trasnochados que se repiten en el alma del hombre.
XCVII
Sólo los torpes y los mediocres sobreviven, pero como lo hacen las ratas, envueltos en sordidez, sobrenadando en mezquindad. Los inteligentes -ese lujo de la naturaleza y de la especie humana - parecen condenados a extinguirse. Pasar desapercibido es la suma garantía. La inteligencia deberá sufrir aún durante mucho tiempo el asedio y el acoso de la fuerza. ¡Qué espléndida su agonía! Sí, el reino de los cielos sufre violencia. La bestia apocalíptica señoreará la tierra otro milenio. ¡Ay de aquél que quiera demostrarse a sí mismo sensatez agotando sus días o negándose posibilidades de existencia! Alguna vez he pensado en Van Gogh al hacerme estas reflexiones, en cómo fue devorado por la antropofagia capitalista antes de que decidiera extirparse de la dolorosa realidad.
XCVIII
La radical soledad de todo hombre se manifiesta de modo intensivo en la vejez, la locura y la muerte. La desintegración del yo físico y del yo psicológico se dan la mano en la total indefensión de la espera. ¡Ah, nuestra vieja cultura occidental! Podemos juzgar del esplendor de un cadáver por la gloria de las larvas que se alimentan y viven a sus expensas. Algunos escuchan sus estertores como el que oye música celestial y hasta dan conferencias y charlas sobre todo ello. No se ha visto desfachatez mayor.
XCIX
Lo que llamamos Dios es la gran mentira universal, no por ello menos verdadera. Seguirán los hombres inventando mentiras verdaderas para no sentirse absolutamente solos en la desolación del universo, encubriendo la muerte, única verdad verdadera (valga la paradoja), con bellas e inútiles palabras o con sueños como éste, al que en el fondo muchos aspiran, aún sin saberlo. Sí, a Dios Unamuno lo llamó el "garante de la inmortalidad" y pretenden que actúe como un avalista de ese préstamo hipotecario que es nuestra vida, aún a sabiendas de que el final es la bancarrota.
C
Lo que asombra y maravilla de las máscaras venecianas es el enigma que habita en su vacío. Estas máscaras son dioses impasibles que hacen creer al hombre que la divinidad le acecha. En verdad que fuera suficiente sentir el acoso de la muerte en pleno rostro y sin intermediarios para hacer al hombre más verdadero. Cuando se piensa en los sacrificios humanos de las antiguas civilizaciones, se concluye: ¡qué de parapetos protectores contra la crueldad -que tiene su origen en la locura de nuestros semejantes- no habrá inventado el hombre! La personalidad es una pústula seca que esconde la herida que jamás cicatriza. La máscara es sólo un simulacro del vacío que la persona oculta, un lenitivo de sus defectos, como la mentira es muchas veces un paliativo de las inmoralidades del adulto que juega al juego de autoengañarse.
CI
Espejos mudos son los difuntos, donde el hombre se contempla, nichos del contemplador que pierde su vida en ajenos instantes en vez de vivir los propios. ¿Qué se nos da de las vidas ajenas si hemos de tener una muerte tan propia y personal? En materia de valores últimos, la muerte es un elemento de contraste a la luz del cual cobran inusitada importancia incluso aquellos instantes aparentemente triviales de que vamos componiendo la trama descolorida de la existencia.
CII
Sólo el silencio es indiferente a la sublimidad del hombre. Y pudiera ser que esa sublimidad fuese tan huera que estuviese sólo hecha de palabras.
CIII
Nos es infinitamente más fácil divinizar a los muertos recientes que desterrar de sus nichos seculares a los difuntos milenarios (Buda, Cristo, Mahoma). En verdad que el hombre, como especimen biológico, no madurará hasta que deje de adorar a los muertos y empiece a adorar la Vida (con mayúscula) y, en consecuencia, a protegerla e impulsarla. Pero el lastre de lo remoto y el peso de la cultura y de la tecnología nos están asfixiando aun antes de que hayamos nacido. He aquí la paradoja (y ojalá me equivoque): el hombre es un animal cuyas alas lo harán hundirse en el abismo. Tanto nos pesan las alas que el vuelo es caída hacia lo más hondo. ¿Cómo detener este sombrío ocaso que nos atenaza? ¿Y si toda esta frivolidad decadentista tan de moda no fuera sino el reflejo de esa enfermedad del "fin-de-siècle" que padecemos, de un final de siglo que va más allá del final del XIX y nos adentra en el XXI y más allá? Lo cierto es que muchas especies animales se extinguirán este año y otras en los años venideros. Ojalá el hombre reencuentre su camino verdadero y sepa preservar el patrimonio biológico y ambiental de nuestra especie. A lo mejor eso del patrimonio es una falsilla burguesa que no se debería aplicar al hecho puro y simple de que la vida es sólo un ejercicio de supervivencia, incluso para el hombre, el más privilegiado de todos estos animales condenados al degolladero, un mantenerse en la cuerda floja por poco tiempo, hasta donde el egoísmo y el juego de las apariencias le permitan continuar.
CIV
¿Acaso no es también árbol el hombre y ave que sobrevuela los abismos y tigre que caza en la selva? Si no nos damos cuenta a tiempo de que a nuestro cuerpo físico se añade un cuerpo cultural y planetario estaremos al borde de la catástrofe, y con cada nueva especie que desaparezca moriremos un poco. ¿Acaso no será el hombre menos hombre si no existen las águilas? ¿No perderá dimensión de humanidad si se extingue esa corpulenta amiga, la ballena? ¿Es que sólo hemos de preocuparnos de saciar la voracidad de nuestros hijos biológicos, los insaciables? ¿Cómo responderemos (ante el rostro del padre eterno) de los otros hijos, que van muriendo cada año?
CV
Si mis palabras son amargas y saben a muerte es porque me niego a aceptar las coartadas culturales que me han propuesto mis antepasados. Cualquier forma de autoengaño es una operación de eutanasia intelectual. Demasiado bien sé que el hombre es un animal mentiroso al que se le llena la boca de palabras: Dios, verdad, luz, etc., etc. HOMO MENDAX. Mi nihilismo da testimonio de que vuestra sumisión aún no me ha convertido en un "zoombie", os guste o no. No soy ese conformista que pretendéis que acaben siendo todos para no sentiros extraños la mayoría.
CVI
Puede que esté solo ante el muro de la nada, pero prefiero contemplar este muro grisáceo y agrietado antes que cerrar los ojos e imaginar que estoy de nuevo en el vientre de mi madre. No me consuela saber que otros hombres contemplan este mismo paisaje. Ya lo dice ese refrán tan nuestro, tan español: mal de muchos... Quisiera dar un salto más allá de este muro, pero desconozco el modo de escapar a lo opaco y el tiempo me somete a su dimensión laberíntica. Ahora sé que soy el Minotauro de Borges a mi pesar.
CVII
O el concepto de perfección es relativo a aquellas perfecciones parciales que vienen dadas por las finalidades a las que obedecen o el ser humano es criatura imperfecta que incurre a menudo en errores. Ni siquiera los mejores especímenes, los grandes genios de la especie, se libraron de este estigma. Así, Cervantes hace cenar dos veces a sus personajes al final de la 1ª parte del Quijote. ¿Le falló la memoria a nuestro escritor? ¿De vez en cuando dormita Homero?¿O es normal que la memoria no capte los detalles cuando dos episodios o capítulos han sido compuestos separándolos una gran distancia en el tiempo? Como quiera que sea y pasando por alto el detalle de que existen, en efecto múltiples perfecciones parciales que no presuponen la perfección absoluta, con mayúscula, metafísica (por ejemplo, la perfección en pintar cuadros no coincide con la perfección en componer sonatas para flauta), el hombre (en esta abstrusa y mística materia) se siente totalmente a merced de su máquina de relativizarlo todo, llamada "intelecto", que sólo admite grados y no valores absolutos. Por ello, líbrenos Dios de obsesionarnos con el concepto de perfección en cualquier campo de lo humano. Todo lo más en que nos empecinaremos en el día es en reconocer nuestra solapada y pudorosa imperfección. Y es que si existiese un solo hombre que quisiese ser perfecto en alguna faceta de la vida humana es posible que llegase muy lejos en esa materia, a ser un genio en ello, pero quizá no pasaría de ser un pedante y un fatuo en otro terreno, el de la pura y elemental humanidad.
Las perfecciones relativas tienen algo de genio individual y mucho de hallazgo fortuito, combinación de genes afortunados, lotería de la especie, sin la cual ni Leonardo hubiese sido Leonardo ni Einstein Einstein, amén de que los mismos dones individuales son claramente atributos con que nos entretiene la Fortuna, como lo son el color del pelo, la estatura, etc. Si la cucaracha de la "mente" se lanzase escalera arriba pretendiendo llegar a una meta absoluta, peldaño a peldaño, muy pronto se daría cuenta de que esa meta no existía, sentiría el vértigo de lo infinito y naufragaría en la locura. Y es que el hombre no es criatura infinita, aspirante frustrado a una perfección inasequible, sino ente frágil, humilde en sus limitaciones, susceptible de irse perfeccionando peldaño a peldaño infinitamente, sin llegar jamás a la línea del horizonte...
CVIII
Si me interesa la pintura desde un punto de vista moral (aunque en menor medida que como cauce artístico de expresión personal) se debe a que requiere una gran dosis de paciencia en su ejercicio. Y es precisamente la paciencia la que nos hace madurar a nosotros los humanos, animales por naturaleza impacientes, acosados por la muerte. El aprendizaje de la paciencia nos lleva al cultivo de la obra bien hecha. Por eso, la pintura o cualquier otra arte nos sirve para alcanzar una nueva dimensión ética, más próxima a lo divino, nos acerca a aquellos sabios orientales que miman su alma con una serenidad que prolonga su vida y los hace sabios y santos. Hacer del arte una minuciosa religión de lo concreto puede ser una solución para aquellos seres cuya avidez dionisíaca de vida amenaza con segar en flor la raíz de la existencia. Cuando el sosiego nos haga dar fruto entenderemos que lo contemplativo debe ser una categoría siempre presente en el hombre equilibrado. Y el mayor secreto y potencia del arte no es sólo que nos mueve a la acción sino que nos hace ser criaturas que disfrutan percibiendo la belleza, contemplativos puros de los cinco sentidos.
CIX
Definir al creador literario como un antropófago de ideas ajenas no deja de ser del todo cierto. Nos alimentamos de personas y de vivencias a través de libros interpuestos. No los devoramos físicamente, ¡Dios nos libre! Extraemos su pulpa psíquica y una vez asimilados los teñimos con el indefinible color de nuestro ego para que tome otro aspecto y nadie pueda sospechar que aquello no es genuinamente nuestro. En este sentido no importa que devoremos a Dostoievski o a Proust siempre que hagamos como los ladrones de ganado: imprimamos nuestro hierro al rojo con la marca propia a las reses ajenas para que nadie pueda dudar de que aquello nos pertenece. Existen escritores usureros que acaparan las ideas de los otros pensando que con ello pasarán a la historia y harán un favor a la humanidad. Pero la humanidad como tal bien puede pasarse sin ellos. Lo eterno, que no tiene prisa, se encargará de aquilatar los verdaderos valores. El que esté limpio de materiales y sugerencias ajenas, que tire la primera piedra. Si alguno encuentra al autor genuinamente original que avise para que lo metamos, como al yeti, en la jaula más espectacular del zoológico local. Lo que llamamos personalidad literaria u originalidad (o como quiera que se denomine) no es sino un conjunto de filtraciones del ego, impurezas del yo que van más allá de la capa de tópicos y convenciones con que construimos las obras y al afluir a la superficie resaltan por sus cualidades estridentes y llamativas, tienen vida propia y pretenden llamar la atención del receptor del mensaje y acaparar todo su fervor. La mejor forma de lograr ser original es que la obra surja en un estado de inocencia iconoclasta y esto es posible sólo en el olvido de los dioses, cuando pasamos desapercibidos a los grandes movimientos de nuestra época, que dejan de utilizarnos como a un medium barato, y por un momento empezamos a ser nosotros mismos, por más que eso interese a muy poca gente.
© Juan Francisco Cañones Castelló
[1] Insulto utilizado por el capitán Haddock en los tebeos de Tintin de Hergé.